Palabras. Que emocionan, que no descansan. Oraciones que fluyen de la boca de los que luchan, de los que no se rinden, de los que permanecen de pie frente a los atropellos de los poderosos. Porque hay mucho que decir cuando amenazan y destruyen tu tierra, tu hogar, tu historia, el bosque que te vio crecer. En esta nota compartimos dos testimonios emocionantes que se plantan por la defensa de los bosques nativos. El primero pertenece al músico santiagueño Raly Barrionuevo que responde a las críticas que le realizaron algunas entidades agropecuarias por impulsar la marcha en defensa de los bosques en Córdoba.
El segundo es de una mujer de la comunidad mapuche Cushamen, de Chubut, que la semana pasada fue duramente reprimida tres veces por las fuerzas de seguridad, por reclamar su territorio (hoy ocupado por Benetton, que tiene 900.000 hectáreas en la Patagonia).
Vos también podés hacer algo para defender los bosques y la vida. No te quedes callado ni quieto. Actuá. Firmá acá para pedir que la destrucción de los bosques sea un delito penal.

“A LOS SEÑORES QUE ME INVITAN A CALLAR”
Por Raly Barrionuevo.
A ustedes, señores, que me piden que no hable de cosas que no sé, de cosas que, según su criterio, estoy desautorizado a opinar.
Pues deben saber ustedes que hablo de ese monte que tantas veces recorrí de la mano de mi madre, una mujer nacida y criada bajo los algarrobos blancos y negros, quebrachos, tinti takos, tuscas e innumerables plantas de nuestra tierra; ese monte que canta por mi garganta y hace música a través de mis manos.
Claro, seguramente para ustedes esto no significa absolutamente nada, pero para mí y para tantos paisanos significa la vida misma. Ustedes me invitan a callar y yo no acepto su ofensiva invitación. ¿Saben por qué? Porque mis canciones y las de mis compañeros vienen de allí, de ese lugar que ustedes detestan porque les impide seguir engordando sus cuentas bancarias en nombre de un supuesto progreso. Ese lugar, el bosque nativo, el que siempre nos dice la verdad.
Ustedes ofenden mi historia y a mi gente, al decir que busco el aplauso fácil. Eso es algo, señores, que ni yo ni ustedes podremos juzgar, solo el tiempo lo hará. Sí me veo en el deber de transmitirles humildemente que si buscara el aplauso fácil, sería la falta de respeto mayor que podría hacerle a mi tierra y a mi pueblo. La tierra canta, llora, recuerda, camina, se manifiesta y nosotros la honramos como nuestra madre total, mientras que ustedes la castigan con sus topadoras y sus venenos “milagrosos”.
Son, según se ve, miradas opuestas del mundo y de la vida.
Ustedes me acusan de generar “confusión en la opinión pública” y de llevar la discusión “al ámbito de las ideologías extremas”. Dicen que eso “es lo que se pretende superar”. Desde hace mucho tiempo que otros señores como ustedes vienen vaticinando el fin de las ideologías. Quiero decirles que los desmontes irracionales que viene sufriendo nuestra tierra no son otra cosa que el resultado de una ideología extrema, la de ustedes.
La verdad es que lo que “sorprende y preocupa” es la “escasa valoración” que ustedes tienen por la opinión de muchos científicos serios y honestos, por el monte y por el campesinado. ¿Ustedes me piden argumentos científicos para sostener mi postura? Hay cientos de ellos, uno más contundente y fehaciente que otro, hay tantos que no cabrían en esta pequeña carta. Les cuento, por si no están al tanto, que muchos de estos argumentos fueron aportados por prestigiosas instituciones a las autoridades legislativas. En algún cajón deben estar.
Y tengo de los otros, de los que veo todos los días, los de la gente destrozada en lo más profundo de sus sueños, los de los pueblos inundados de preguntas y sin una sola respuesta, los de las manos lastimadas por las esquirlas de un sistema voraz y sangriento, los de tantos campesinos despojados de sus noches puras y de su medicina ancestral, en fin, los de una Córdoba desbastada en su naturaleza como pocos lugares en el mundo.
El monte nos enseña, todos los días alguna lección nos da, nos purifica el alma y el camino. Es por eso, señores, que para arrasar con el monte que nos queda, digo, tendrán que mirar a sus hijos a la cara y luego pasar sobre nosotros.
“PAREN LA CACERÍA DE MAPUCHES”
Por María Isabel Huala, de la comunidad Pu-Lof, Departamento de Cushamen, Chubut.

Una vez más, nos vinieron a cazar. Y sí, parece increíble, increíble hasta que mirás la foto de mi sobrino Emilio Jones Huala, con el maxilar destruido por un balazo. Trasladado a Bariloche, donde los médicos analizan si operarlo para reconstruirle la mandíbula o ponerle una placa de platino, comparte ahora hospital con mi hijo Fausto, que ingresó a terapia intensiva con una oreja comprometida por un derrame interno y un traumatismo de cráneo, como consecuencia de todos los disparos que recibió el último miércoles pasado. Ahí está hoy, peleándola y esperando que lo puedan intervenir, cuando el coágulo se disuelva, aunque posiblemente no pueda recuperar la audición del oído izquierdo. No soportó tanto diálogo.
Vomito estas líneas así, heridas, agonizantes, ensangrentadas, mientras aún espero por la liberación de mi otro hijo, Nicolás Hernández Huala, detenido en la Unidad Penitenciaria 14 de Esquel junto a muchos vecinos más, acusados de “resistencia a la autoridad” y “abigeato en la comunidad”, por “obstruir las vías del tren”, un tren que no pasa hace más de diez años… Tuve que dar batalla para que me dejen verlo, en un lugar donde reciben presos de 21 años, aunque él tiene 18. ¿Por qué? Porque se trata de otro preso político, sin cámaras, sin panelistas indignados, sin notoriedad pública, sin derecho a una legítima defensa de su dignidad. Y de su tierra.
¿Qué pasó? Más de 20 efectivos de la Infantería provincial irrumpieron en nuestra comunidad, el miércoles a la noche, alegando abiertamente, así, como les digo, textual, literal, explícito, que vinieron “a cazar”. Con esa orden llegaron. Y con mi familia se fueron, dejando un tendal de heridos con perdigones de goma y de plomo, con el efectivo silenciador de los negociados que sostienen con la familia Benetton, con Joe Lewis, con las petroleras y con las mineras, que solamente vienen a destruir nuestro territorio. Pues lo intentaron, lo intentan y lo volverán a intentar, durante años, durante décadas, durante siglos, cambiando la estrategia de la hipocresía. Pero no le tenemos miedo a su Policía.
Necesitan mandar más y más efectivos adiestrados para reprimir y silenciar a siete mapuches, porque las fuerzas represivas de uniformes democráticos no pudieron, ni podrán acallar los gritos que resistieron al etnocidio, la Conquista del Desierto y la Pacificación de la Araucanía. ¿O van negar que los tratados con Benetton incluyen esa cláusula invisible, que cubre los costos de otra masacre sobre la Patagonia? Atravesando el Siglo XIX, los dueños de los Supermercados La Anónima mandaban a asesinar a nuestros hermanos, pagando patacones por una oreja, por un testículo o por un pecho de mujer, mientras se avocaban “firmemente” también a bajar la edad de imputabilidad: los niños de ocho años pasaban a degüelle, para tranquilidad de todos los preocupados por su “peligrosidad”. Y ahora, con discursos más elaborados, con armas más sofisticadas, con drones al servicio de los colonizadores, volvemos a enfrentar el mismo hostigamiento, el mismo desarraigo, el mismo dolor, el mismo sufrimiento.
Desde el Estado municipal, provincial y nacional, no hubo ninguna respuesta más que las balas, los palos y la cárcel. De hecho, cuando pedimos las ambulancias para que vinieran a buscar a los heridos, nos respondían que no podían mandar a los enfermeros, si no venían con la Policía. Y por eso, debimos llevar a los heridos hasta El Bolsón, en Río Negro, como si no fuéramos habitantes de Chubut, donde Mario Das Neves nos mantiene cercados para garantizar la seguridad de sus dividendos, mientras Bullrich habilita la temporada de mapuches, en todo el territorio nacional.
Cinco siglos igual.
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